Julio con sus 82 años, prepara motores desde los 14 y sigue corriendo carreras de autos
Abre la puerta de su taller en Floresta, tiende el puño y ya en el aire reina una innegable carga de energía y ganas de hacer. Eso es lo que irradia Julio Pardo que, con 82 años, sigue haciendo lo que le gusta y lo que ha hecho toda su vida: amanecer e irse a dormir entre “fierros”. “Pardito”, como lo llaman cariñosamente en el ambiente, pertenece a la particular raza de los pilotos/preparadores en la que precisamente no abundan integrantes.
Querido, respetado y admirado por todos, este oriundo de Villa Devoto es un inquieto y estudioso de la mecánica, un autodidacta que dejó y sigue dejando su sello con las bielas y válvulas que tienen ese toque tan personal, ese que lo hacen ser el elegido de competidores de diferentes partes del país que, carrera a carrera, continúan demandando sus servicios. Lo jugoso de charlar con Julio, más allá de su inagotable anecdotario, es que cada tanto mete una pausa para tirar una frase que no deja lugar a discusión, como “te digo en pocas palabras porqué sigo corriendo: hago lo que me gusta. Si alguien hace lo que le gusta, nadie tiene derecho a preguntarle si lo hizo con ganas”.
Nacido el 31 de mayo de 1940, hoy se define como un hombre feliz porque hace lo que ama. “Perdí a mi padre a los 6 años y, luego de un tiempo en un colegio pupilo, empecé a limpiar piezas en un taller cuando tenía 8 porque debíamos ayudar a mamá a pagar la casa”. Eran otros tiempos y mucho más común que la gente comenzara trabajar a edades tempranas. Ya desde entonces los fierros eran su pasión, a tal punto que a los 12 años armaba cajas de cambio y trenes delanteros. Cuenta que desarmaba y armaba un reloj casi en el mismo tiempo que le llevaba tomar la merienda. Ese proceder a ritmo acelerado y tempranero, era el preludio de lo que le deparaba el futuro: puro amor por la mecánica y la velocidad.
Luego pasó a otro taller a trabajar con “un muchacho que sabía mucho, un gran carburista, que me dejaba manejar el taller prácticamente solo cada vez que él tenía que salir”. Así se fue formando y profundizando sus conocimientos. Su rol de propietario de taller lo afronta a los 14 años, cuando el dueño del local en el que trabajaba decide cerrarlo y le regala las herramientas. “Me puse dos chapas para no mojarme y ya tenía mi propio espacio, y al mismo tiempo soñaba con tener un auto de carreras. Fui progresando a puro trabajo. Empecé a reparar cajas automáticas también, con lo cual tenía un mayor panorama por delante. Luego tuve la posibilidad de comprar una máquina para rectificar levas, y ya la cosa era distinta”.
Sus autos y el mundo de las carreras
Su primer auto fue un Chevrolet “Cuadrado” (como el de Eliot Ness), y su primera carrera oficial llegó en 1966 a bordo de un BMW Cupé (conocido como De Carlo), “un auto impresionante para la época, una joya que todos querían tener”, remarca. Era un infaltable partícipe de los Grandes Premios en calles de tierra, caminos de montaña y de cientos de kilómetros de extensión. Luego pasó a un Renault Dauphine (Gordini) y en 1971 llegó su primer Fiat, un 128 motor 1100 cm3 con el que escribió buena parte de las páginas más gloriosas de su trayectoria. En el ‘81 se subió a un Mitsubishi Lancer pero solo por una temporada, para regresar al 128 y no abandonar jamás a la marca italiana, la que hoy lo tiene como un indiscutido referente, en especial por su histórica participación con el IAVA 1300.
De su currículum también se destaca su paso por el Rally, y el TC2000, primero con un 128 y luego con un Regatta. También compartió auto con Gustavo Der Ohannesian que, con 17 años, se coronó como “el primer campeón más joven de la historia del automovilismo local”, afirma con orgullo porque, claro, él colaboró en su formación. Sucedió allá por 1982 en la Clase 5 del Turismo Nacional. También hicieron binomio en carreras de larga duración. En la actualidad anima el Turismo Zonal Pista Clase 2 B con el Fiat 147 con el que se consagró el año pasado.
Su aporte a la mecánica
Todo lo hizo solo y apenas teniendo sexto grado. “Yo siempre digo que primero nació el hombre y después el libro. Siempre me interesó estudiar las piezas para entender su función y cómo trabajan, porque alguien las hizo de tal modo por algo. Armaba y desarmaba pistones, revisaba las bielas, así estaba día y noche”. Claro que sus hijos han colaborado estando siempre a su lado. Otra pausa en la charla y otra frase digna de un buen título: “El automovilismo es una pasión, no es un deporte”.
Párrafo aparte para su aporte a la mecánica. Hizo y hace amortiguadores con su sello, también escapes, como el famoso sistema de escape progresivo que diseñó hace 40 años. Hizo su contribución al diferencial autoblocante y llegó a enviar sus piezas hasta Brasil, Uruguay y Chile, países de donde “es el día de hoy que me llaman para saludarme porque saben que sigo corriendo, hay levas y amortiguadores míos por todos lados”.
Logró varios avances en reglamentos, como el reemplazo de neumáticos de calle por los lisos y anchos de competición, una homologación que peleó por cuestiones de seguridad: “Andábamos a 200 km/h con gomas que estaban preparadas para no más de 140 km/h”. Durante su presidencia de APAT (Asociación de Pilotos de Automóviles de Turismo), se delineó el reglamento. Gracias a él, la categoría pasó de llamarse Turismo Pista a Turismo Nacional porque logró que trascienda los límites de la provincia. Sus virtudes de motorista y piloto le han valido el reconocimiento de personajes de la talla del “Flaco” Juan María Traverso, “Yoyo” Maldonado”, Mario Gayraud, y del periodismo.
Su día arranca delineando el listado de piezas a armar/reparar y a dedicarse a disfrutar de su espacio, entre el torno, la morsa y las herramientas. “Me levanto y me pongo a trabajar”, cuenta. Y claro, también está atento al teléfono porque lo llaman para pedirle consejos y enseña a regular las válvulas a distancia.
Hoy dice presente en cada fecha mensual de la categoría y no se pierde ninguna. “Cuido el auto como si fuera el de calle (tiene un Fiat Cronos), sé lo que le duele y cómo cuidarlo”, señala. Asiste con uno o dos colaboradores, pero solo él se encargada de meter mano. Cuenta –sonrisa mediante- que en el Mouras de La Plata y con viento de cola llega a 200 km/h. Uno de sus lugares en el mundo es el circuito 9 del Autódromo Oscar y Juan Gálvez de la Ciudad de Buenos Aires.
Anécdotas, mil, como la vez que un Gran Premio de Chaco se pasó unos 50 kilómetros de la hoja de ruta, o que su cara fue motivo de figuritas “Pelota”, de las redondas de cartón que se usaban para intercambiar y jugar. También recuerda momentos difíciles, como cuando se apunó corriendo en las alturas de Bolivia, o cuando volcó en un Gran Premio que venía ganando “por afano”.
Luego de tirar máximas como “querer es poder” o “el triunfo es el premio del trabajo”, dice que si volviera a nacer haría lo mismo y que no se arrepiente de nada.
Tiene 6 hijos, 14 nietos y 3 bisnietos. Dice no sentir la edad y su gran patrimonio -más allá de los logros deportivos- es sentirse valorado y respetado. Por todo esto, el legendario Pardo es el gran amigo del automovilismo.
Fuente: La Nación
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