Viajaba en un Chevrolet de 1967 y trasladó 80 kilómetros a un niño herido

Viajaba en un Chevrolet de 1967 y trasladó 80 kilómetros a un niño herido

Ocurrió en la ruta 3, en una zona sin señal a 80 km de Puerto San Julián, hasta donde lo llevó Maxi Rosano: el niño de 7 años necesitaba con urgencia un respirador. Usó el asiento trasero como camilla. La madre lo ubicó para agradecerle luego de leer una nota del Voy. El conductor del auto que causó el vuelco se fue, pero otros pararon para ayudar. Tras cuatro días en terapia intensiva en Río Gallegos, se recupera en El Calafate. La historia.

 

Los tres amigos viajaban en el Chevrolet 400 de 1967 por la ruta 3 en Santa Cruz: una gran aventura los había llevado a recorrer la Patagonia hasta Ushuaia. Maxi Rosano, Alan Rucci y Walter Massimino regresaban a Buenos Aires el viernes 11 de febrero y estaban a 80 km de Puerto San Julián cuando observaron un auto abollado y con vidrios rotos a unos 10 metros de la traza, un hombre ensangrentado, una mujer que se arrodillaba junto a un niño acostado sobre la tierra, una pareja que se acercaba a otro chico y lo cubría con un abrigo por el frío. «¿Qué pasó acá?», preguntó Walter. Maxi se tiró a la banquina, detuvo la marcha. “Vamos”, dijo. Los tres bajaron.

Pablo Mazzeo y Matias Poltronieri, que los seguían en el otro auto que llegó hasta el fin del mundo (modelo 2005) también pararon para dar una mano.

Sin señal, sin ambulancia, desesperados

El panorama que encontraron era desolador, en una zona sin señal. La madre y el padre de los chicos desesperados, uno de los niños tenía una herida en la cabeza y sangraba, el otro tenía problemas para respirar, autos y camionetas que paraban y continuaban la marcha, otros que se detenían sin que sus tripulantes supieran bien qué hacer aunque quisieran ayudar. Aunque un camionero de YPF había avisado por su equipo de radio, no había aún rastros de la ambulancia, pero pronto apareció un minubus de Electromed Patagonia.

 

De allí bajaron unas ocho personas, entre ellas dos enfermeros que brindaron los primeros auxilios y dijeron que uno de los chicos, de 7 años, requería de un respirador. Había que hacer 80 km hasta San Julián, pero ellos no podían trasladarlo y nadie se ofrecía, excepto Maxi. «Les dije que podía salir ahí mismo a llevarlo, que el asiento trasero del Chevrolet se sacaba y lo podíamos usar de camilla», relata.

Poco después bajó de su camioneta Sebastian Carbonetti. Trabaja en Hemoterapia del hospital de Roca (en el Alto Valle de Río Negro) y también volvía de Tierra del Fuego, con Daniela y sus dos pequeños hijos. «Mi esposa y yo no somos médicos pero trabajamos en salud y sabemos de RCP y del manejo mínimo que se puede hacer en estos casos«, dice.

Pronto comprobaron que los dos adultos no tenían lesiones, pero los dos niños sí. «Uno con un corte en la frente, no de gravedad», describe.
«El otro niño no tenía lesiones externas, frecuencia cardíaca normal. Pero al pasar una media hora comenzó a ponerle muy pálido, dolor de abdomen y frecuencia cardíaca muy elevada. Requería atención en un centro de salud lo antes posible. No se aconseja moverlos en caso de accidente. Pero como estaba empeorando decidimos trasladarlo«, cuenta.

-¡Yo lo llevo, hay que llevarlo ya! -exclamó Maxi. «Habían pasado como 45 minutos y al chico lo veía cada vez más pálido», explica. “Tenés mi auto a disposición”, le dijo a Eliana, la madre, que en estado de shock dio su consentimiento. Matías ofreció su 307 para llevar al hermano pero le dijeron que su estado no era grave, que podía esperar a la ambulancia, pero el otro chico no.

Continúa Sebastián: «Sacamos el asiento. Francesca, mi hija (10), me dio su manta de viaje para que lo cubriéramos al nene. Y fue así como le inmovilizamos el cuello con lo que teníamos disponible y coordinamos: a la cuenta de tres entró el asiento del Chevrolet abajo del cuerpo del chico y en el próximo conteo estábamos trasladando al auto. Fue algo muy movilizador. Ver al nene, con la misma edad que los míos, ver qué empeoraba su estado de salud. No podía esperar«.

Francesca filmó el momento del traslado al auto en el asiento-camilla. «Están levantado al nene porque no viene una ambulancia. Tiene mi edad. Y no se qué va a pasar porque estamos en el medio de la nada, mirá. Ahí lo llevan en el asiento papá y la gente«, relata. «Pobrecito», dice su hermano. Se escucha después el rugido del motor.

A 150 km/h rumbo al hospital de Puerto San Julián

Mientras el padre se quedaba con los dos hermanitos (de 11 y 10 años), Maxi partió a toda velocidad con la madre y el más pequeño de sus hijos, de siete años. Cada segundo valía oro.

El GPS marcaba 80 km hasta San Julián, eso le quedó grabado a Eliana. Y el velocímetro de ese auto fabricado hace 55 años se clavó en 150. Tenían la esperanza de cruzar una ambulancia, pararla y pasarlo al vehículo sanitario. El chico lloraba, gritaba que no podía respirar. Maxi le hablaba, le sacaba temas, intentaba calmarlo. “Lo contuvo a él y me contuvo también a mí, que seguía en shock”, recuerda Eliana. No sabían que la ambulancia que partió después de que avisara por radio el camionero, venía desde el otro lado, desde Tres Cerros, a unos 60 km del lugar del vuelco.

 

“El auto negro se nos vino encima”

Ella y sus tres hijos regresaban de sus vacaciones en Formosa, de donde es Eliana. Encontraron pasajes aéreos en promoción así que volaron desde el norte a Buenos Aires y de ahí a Comodoro Rivadavia para viajar desde ahí en el Honda Fit hasta El Calafate, donde viven.

Su exmarido, con quien mantiene una excelente relación, fue a buscarlos para llevarlos. Tras desayunar una larga hora en Caleta Olivia volvieron a la ruta. Los esperaba una larga recta en un día nublado, con guanacos que se cruzaban, poco viento y demasiados baches. Vieron un camión volcado que los impresionó.

Venían con la música baja, charlaban de los días en Formosa y sus 45°C. A las 14.10 Eliana recuerda que miró el reloj. Y que minutos después un auto negro que venía en sentido contrario de repente se cruzó de carril. -Se nos vino encima -dice.

 

«No se cuántos tumbos dimos. Es que no quedaba otra que tirar el volantazo y ahí fue que volcamos. Dos de los chicos, que no tenían puesto el cinturón de seguridad, salieron despedidos. Hasta Caleta lo tuvieron, cuando volvimos a la ruta nos pusimos a charlar, dijimos ‘después se los ponemos’ y se nos pasó. En general los usan, esa vez no… No volverá a pasar. Una pareja que venía en un auto atrás se detuvo, nos ayudó a salir y nos contó que los del auto negro pararon, miraron y se fueron. Uno de mis hijos tenía un corte en la cabeza y al más chico le costaba respirar. Era desesperante. Vi que paraba más gente y que aparecieron los enfermeros. Ellos confirmaron que había que trasladarlo. Otro señor dijo lo mismo. Fue entonces que Maxi se ofreció”, relata.

 

Maxi pisaba el acelerador y a mitad de camino vieron luces que se acercaban. «¿Será la ambulancia?», dijeron con diferencia de segundos el conductor y la mamá del chico. Falsa alarma: era el vehículo de los bomberos policías que iba al lugar del vuelco.

Maxi les hizo luces para que pararan, pero siguieron de largo. Giró en U, los pasó, les tocó bocinazos, frenaron. Les explicaron la situación. “Pero dijeron que ellos no podían llevarlo. Les dije que sería mejor, más seguro si iba con ellos, pero dijeron que no podían”, recuerda él. En cambio, le pusieron un cuello ortopédico.

Maxi retomó hacia San Julián a fondo. «Vamos a rezar hijito», dijo más adelante Eliana. «Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día», empezaron. Maxi es creyente y aunque no la recordaba bien, los acompañó, aunque estaba concentrado al máximo en manejar a alta velocidad. Y en repasar mentalmente las nociones de primeros auxilios que conocía, imaginar las opciones si empeoraba el estado del chico, mientras le seguía hablando. Por fin, llegaron al hospital.

“Salieron a buscarnos con una silla de ruedas y Maxi les explicó el cuadro y entonces vinieron con una camilla. También se hizo cargo de eso. Después nos atendieron y no lo vi más. Ahora sé su nombre porque ese día ni se lo pregunté y tampoco me acordaba de la cara por los nervios. Pero sí del del auto: cuando vi en el diario Río Negro la nota de su viaje a Ushuaia lo reconocí y le escribí por Messenger para agradecerle por todo lo que hizo”.

 

“Mi hijo se está recuperando”

“De San Julián nos derivaron a Río Gallegos, donde estuvo cuatro días en terapia intensiva. Además de los golpes tenía una costilla fisurada y una contusión en un pulmón, por eso le costaba respirar. Ahora ya seguimos con los cuidados desde El Calafate. Mi hijo se está recuperando. Y al hermano, que llegó después en una ambulancia que salió desde Tres Cerros a Puerto San Julián, le pusieron 11 puntos en la cabeza, está bien”, cuenta Eliana, que trabaja en la cadena de supermercados La Anónima.

 

Antes de despedirse, vuelve a agradecer. “A Maxi, a sus amigos, a los enfermeros con los que sí pudimos quedar en contacto y me preguntaban cómo seguía el nene, al matrimonio que paró a ayudarnos, a todos los que pararon para dar una mano», dice.

Continúa: «Mirá lo que son las cosas: hubo gente que levantó todas nuestras pertenencias y cuando llegamos a casa las encontramos porque las mandaron con la policía en bolsas de residuo. Estaba todo, no faltaba nada, ni una aguja. Ni me acordaba de eso, nada más me fui con la cartera y los documentos. Estaré eternamente agradecida. Las puertas de mi casa están abiertas para todos…”

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