Historia de amor y tragedia en Entre Ríos: El picapedrero que dejó un mensaje para su prometida antes de morir

Historia de amor y tragedia en Entre Ríos: El picapedrero que dejó un mensaje para su prometida antes de morir
Entre las innumerables historias que involucran a inmigrantes que poblaron Villa Colón está la de Manuel –picapedrero– y Leonor, una joven que llegó desde Italia junto a su familia, alrededor de 1920.

Un incipiente amor que se vio frustrado por una tragedia y un mensaje romántico que quedaría grabado, a poco de que su autor aprenda a escribir.

El historiador colonense Alejandro González Pavón rescató este relato que fue pasando oralmente de generación en generación y le dio forma, en el escrito que transcribimos a continuación:

El hombre de piedra

Durante muchos años, en nuestra localidad una de las principales actividades económicas que se llevó a cabo fue el trabajo con piedras, su lavado y sus formas de acuerdo a los requerimientos de los clientes.

Manuel fue un picapedrero de nacimiento. Su abuelo y su padre le enseñaron el oficio de trabajar la piedra, y era tanto el conocimiento que tenían de las mismas, sin estudio alguno, que con solo mirarlas, podían darse cuenta dónde se encontraban las vetas para poder partirlas, darles formas e incluso vida. Muchas viviendas de entonces e incluso de monumentos, fueron construidos por piedras que trabajó tanto Manuel como su abuelo y su padre. Fueron tantas las décadas en que la familia se dedicó a esta tarea, que terminaron adquiriendo, gracias al fruto de su trabajo, una cantera junto al río que le permitió subsistir de la mejor manera posible. La naturaleza se había portado muy bien con ellos, y ellos retribuían su agradecimiento a través de bellas formas que le daban a esas piedras con sus manos.

En uno de esos tantos encargues que el abuelo y el padre de Manuel tuvieron, llegó a ellos uno muy especial. Una familia proveniente desde Italia, más precisamente de la zona del Piamonte, anunciaban a sus parientes que su nuevo destino (y definitivo) sería esta ciudad. Esta familia estaba compuesta por cuatro hijo, de los cuales, la menor de ellos, era Leonor, una joven de 16 años, con ojos verdes y un rodete de gran tamaño debido a su abultado pelo. Al llegar al puerto de la ciudad en el vapor de la carrera, quedan asombrados por la magnificencia de aquellas estructuras construidas casi en totalidad en piedras, y que le daban ese toque tan especial a la zona del puerto y a esas casas señoriales que lo rodeaban con una identidad que los hacía rememorar al pueblo de su Italia natal.

Primeramente se afincaron en casa de sus parientes, mientras Don Eduardo – el padre de Leonor – terminaba de arreglar los últimos detalles con el arquitecto que construiría su caserón en la zona próxima a la plaza. Entre esas tantas decisiones que don Eduardo tuvo que tomar para ultimar detalles, estaba la selección de las piedras que no sólo formarían parte de aquellos sólidos cimientos sino también como parte de las gruesas paredes que él mismo pretendía que tuviesen. Es así que Don José (el arquitecto) acompañado de Don Luis (el constructor) planifican una visita a la cantera y lavadero de piedras del padre de Manuel para encargar las mismas según las indicaciones del plano de construcción. Una vez arreglado el encargue, Manuel era el encargado de llevar esas piedras hasta el lugar donde se construiría la casa. Y así fue. En uno de los tantos viajes que hizo Manuel hasta el lugar donde ya se había comenzado los cimientos, Don Eduardo (propietario y padre de Leonor) estaba de visita en el lugar con su esposa e hijos, y entre ellos, Leonor. Ella acompañaba del brazo a su abuela materna a la cual le traducía en su italiano cerrado, lo que los constructores le explicaban a su padre en referencia a los procesos y pasos de construcción. Los tiempos eran acotados, pero más importante era poder construir una base sólida ya que ése sería el lugar definitivo donde la familia se radicaría, sobre todo, pensando en sus generaciones. Ese mismo día, Leonor ve llegar a Manuel en un viejo carro tirado por caballos que traía desde su cantera, las piedras para su casa. Manuel era alto, robusto y de ojos claros. Tenía una fisonomía muy parecida a la de su abuelo, algo que siempre se lo recordaban quienes los conocían. Leonor, envuelta de una timidez que cubrió su rostro, se esconde tras la mantilla de su abuela para pasar desapercibida. Pero eso no sucedió. Los ojos de Manuel fueron más rápido que su propia decisión de esconderse por su timidez. Sus miradas se cruzaron. No necesitaron cruzar palabras para expresar lo que sintieron ambos en ese momento. Sin embargo, al finalizar su trabajo, Manuel debía entregar el recibo correspondiente a don Eduardo, pero éste estaba lejos, charlando con el arquitecto y es por eso que al recibo se lo da a Leonor, en un acto de confianza y con el mejor de los pretextos para poder dirigirse a ella sin tanto protocolo ni intermediarios. Aquella joven sintió el calor de la voz de Manuel que se dirigía a ella no sólo para cumplir con su trabajo sino también como un acto de confesión de un amor a primera vista que pretendía continuar dentro de las medidas posibles.

Como la obra recién comenzaba, Leonor sabía que Manuel seguiría viniendo al lugar trayendo consigo las piedras que su padre le había comprado al suyo. Y esa era una oportunidad para que ambos se puedan ver e intercambiar no sólo miradas, sino palabras y algunos cortos momentos.

Manuel no tenía estudios. Su situación familiar nunca le permitió asistir a la escuela siquiera para aprender a leer y escribir; sin embargo, siempre tuvo ese interés por conocer la tierra de donde habían venido sus abuelos. Ante ese planteo, Leonor, en cada encuentro, le relataba en palabras como era aquel pueblo de Italia de donde ellos habían venido. De esta forma, amor e historia, se entrelazaron para crear una historia común entre ellos.

De a poco, Leonor le fue enseñando las primeras letras a Manuel, siquiera para que pueda defenderse en la vida con lo más básico. Y vaya que era bueno! Aprendía rápido y con buena voluntad de su maestra improvisada que con amor, le enseñaba el abecedario y a formar palabras para que de esa manera él también se pueda expresar.

Al pasar los meses, la casa quedó terminada, el trabajo de Manuel finalizado y la tarea de enseñanza de Leonor satisfecha de haber tenido un alumno tan eficaz que desde ese momento, podía escribirle alguna simple carta con una caligrafía medio rara, pero con un mensaje tierno y sincero, como nunca había leído.

El amor entre ellos fue sincero. Sus padres no tuvieron inconveniente alguno de que puedan relacionarse y construir juntos una vida.

La confianza que Manuel se había ganado por parte de Don Eduardo a través de su trabajo era muy grande y eso le posibilitó que lo autorice a comprometerse con Leonor, la menor de sus hijos. En función de esto, considerando que la casa ya estaba lista para ser habitada, don Eduardo decidió inaugurarla con una fiesta, en la cual, también sería el compromiso de Leonor con Manuel. Los que asistieron a esa fiesta, relatan con detalle la magnificencia de esa casa señorial en plena zona céntrica y el riquísimo banquete que se ofreció en honor a los novios que decían comenzar una vida juntos desde la formalidad del compromiso.

Manuel siguió trabajando junto a su abuelo y a su padre en la cantera y lavadero de piedras, pero un día las cosas no salieron bien. Los explosivos que utilizaban para romper los bloques de piedra brindaban un tiempo determinado entre que se encendía la mecha y el tiempo que daba para quien lo hacía pueda alejarse lo más posible. En ese día, de gran ventolera, una vez que Manuel encendió la mecha del explosivo, el viento hizo que se quemase más rápido de lo común y de esa forma, se active antes de lo previsto. La explosión impactó muy cerca de aquel joven y parte del bloque de piedra dio contra él. Manuel perdió la vida casi de forma inmediata, pero el ruido había sido tan grande, que su padre y abuelo llegaron a ver aquel trágico episodio. AL acercarse a Manuel, que yacía en el piso aún con vida, éste le dice a su padre que le dé un mensaje a su amada Leonor: en la piedra que forma el sócalo de la puerta de entrada a su casa, encontrará un mensaje grabado para ella. Su padre, con lágrimas en los ojos y con Manuel en sus brazos, cierra sus ojos con el dolor más grande que puede sentir un padre con la pérdida de un hijo. La noticia de la tragedia no tardó en llegar al oído de Leonor. Su corazón se paralizó, sus lágrimas comenzaron a salir como que se hubiese abierto una compuerta en sus ojos, y esperando alguna novedad más por parte de la familia de Manuel, llega su padre con el mensaje de su hijo para su amada: en una de las piedras que forma el zócalo de la entrada de esta, Manuel me dijo que hay un mensaje para Ud. Casi sin pensarlo, Leonor se dirige hacia el lugar indicado, y tras un rato de búsqueda, encuentra la famosa piedra que formaba el zócalo indicado y en la misma decía: DEJO ESCRITO EN ESTA PIEDRA SÓLIDA, LA FECHA Y EL LUGAR EN DONDE CONOCÍ NO SÓLO EL AMOR DE MI VIDA, SINO LA MAESTRA QUE ME DIO A ENTENDER EL VALOR DE LAS COSAS.

Leonor, al leer esto, quedo pasmada. Manuel le había escrito ese mensaje en una de las piedras que él tanto había trabajado. Y que luego de haber recibido sus lecciones de leer y escribir, pudo dejar grabado en una de ellas, el amor y el agradecimiento en un mismo mensaje.

Fuente: Facebook Alejandro González Pavón / El Entre Ríos

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