El piloto que murió dos veces: Misterioso accidente y el hallazgo de su cuerpo 22 años después
Una tarde de principio de los noventa Alfredo Montenegro y su esposa Soledad Ripoll cruzaban la cordillera de Los Andes a bordo de un avión comercial. Recién habían despegado del aeropuerto de Mendoza y el hombre, mientras señalaba por la ventanilla una serie de puntitos negros que se distinguía entre la monotonía pálida de la nieve, le susurró a su pareja: “Yo soy de la montaña, si algún día muero, quiero que me entierren ahí”.
Ahí, adonde apuntaba el dedo de Montenegro, era el cementerio de los andinistas, ubicado la base del gigantesco y todopoderoso cerro Aconcagua, el lugar a donde van a parar todos los montañistas que no sobreviven al sacrificio que les pide la montaña a cambio de dejarse conquistar.
Soledad le respondió “Sí, Chichi”, como le decía a quien era su compañero desde la adolescencia en su Córdoba natal, pero a la edad que ella ostentaba por aquellos años la muerte es apenas una señora que baila con otros, y demasiado lo lejos. Para Alfredo, piloto de la Fuerza Aérea, morir en cambio era una posibilidad para la que estaba entrenado, parte del riesgo asumido por el placer que le generaba volar alrededor de la cordillera. Era una chance y, a la vez, solo una idea.
Poco tiempo después, la tarde del 4 de junio de 1996, Soledad regresaba de su trabajo a su departamento de Mendoza capital y percibió algo raro cuando vio que en la puerta del edificio la esperaban sus dos mejores amigas. Él tenía 31 años. Ella, 28, y estaba embarazada hacía casi tres meses. En su vientre crecía un niño que iba a llamarse Lucas. Lucas Montenegro. El primer hijo de su matrimonio con Alfredo.
Bajó del colectivo, caminó los pocos metros hasta su casa y les preguntó a sus amigas qué había pasado, por qué estaban ahí si no habían quedado en verse, pero ninguna le respondió. Subieron por el ascensor en silencio, ella notó que las chicas estaban nerviosas y esa tensión se trasladó a su propio cuerpo. Por costumbre, al entrar a su casa prendió la tele. Ninguna de las chicas tuvo que hablar más.
En la pantalla, la noticia. Un presentador dibujaba las primeras rayas de una tragedia que iba a durar 23 años, o que quizás nunca termine. “Un helicóptero Lama de la IV Brigada Aérea desapareció de los radares de la Fuerza Aérea mientras hacía maniobras sobre el Cordón del Plata. Las primeras sospechas indican que se estrelló”, dijo el locutor, que no podía afirmar si los tripulantes estaban vivos pero dio sus nombres: Alfredo Montenegro Aragón y Alberto Julián Mazagatos. El mundo se detuvo para Soledad. Algo se resquebrajó en su cuerpo, una grieta que nunca más cerró.
Sobre el accidente de Montenegro y Mazagatos circularon varias versiones y se volvió a hablar del tema durante las últimas semanas. Su caso se mencionó en el contexto del hallazgo, después de 25 años, de Roberto “Leroy” Villa y Nicolás Ibazeta, dos jóvenes montañistas que habían desaparecido en junio de 1996 mientras, justamente, buscaban el helicóptero Lama estrellado y a sus pilotos en la cara sur del cerro El Plata, una zona de dificultad total para los andinistas más experimentados.
El cuerpo de Mazagatos todavía está tomado por la montaña. El de Montenegro fue “devuelto” el 11 de marzo de 2019, casi 23 años después, cuando un andinista encontró parte del helicóptero y el cuerpo de uno de los pilotos que días más tarde Soledad confirmaría que era el de su esposo. “La Fuerza Aérea no me lo quería confirmar, de hecho me lo confirmó recién en junio, pero él todavía tenía puesto el unfirme y el casco, que decía Monte y su grupo sanguineo, que era A+”, cuenta Ripoll.
Según pudo reconstruir la viuda de Montenegro, los pilotos se estrellaron en un vuelo que nunca se debió hacer. Ese mismo 4 de junio por la mañana, horario apto para volar sobre las laderas de la cumbre del cerro El Plata, Mazagatos hizo un vuelo de capacitación a bordo de su Lama junto a otro helicóptero similar de la IV Brigada Aérea, que tuvo un desperfecto durante el vuelo.
Ripoll relata que entonces su marido le dio instrucciones al piloto y su mecánico para que aterricen de emergencia en la cumbre de El Plata. Y que luego bajó él en su Lama y rescató a sus compañeros y volvieron a la base de la Brigada.
“Alfredo siempre me contaba que hacían esos vuelos cerca de la montaña porque es la única forma de entrenar para rescatar andinistas. No eran inexpertos, tenían horas de vuelo, mucha experiencia en rescates. Salvó las vidas que estaban en riesgo y bajó”, dice Soledad.
“Cuando volvió a la Brigada pasaron cosas que no están bien”, introduce Ripoll. Según su reconstrucción en base a compañeros de Montenegro que le contaron, a su esposo los superiores de la Brigada “lo cagaron a pedos” por dejar la aeronave en la montaña y lo mandaron a amarrarla para que los vientes de la cordillera no la destruyeran.
“Ya las vidas se habían salvado. Había quedado una aeronave carísima entonces lo cagaron a pedos y lo mandaron a Alfredo para que amarre el helicóptero. Entonces ahí es donde pasó el error”, dice Soledad. De acuerdo a lo que le dijeron algunos pilotos de Fuerza Aérea, Alfredo salió a volar con muchas dudas, lloró durante el reto y se le sumó Mazagatos, quien se ofreció a acompañarlo porque era más experimentado que el mecánico que estaba designado originalmente.
Montenegro salió junto a Mazagatos en su Lama y otro helicóptero lo acompañó, según consignó la Fuerza Aérea en su momento y de acuerdo a lo que indican los reglamentos de vuelo en esa zona: que siempre tienen que ir helicópteros de a pares.
“Alfredo logra amarrarlo y cuando salen de ahí es cuando no se sabe más. Aparentemente una corriente lo tira contra la montaña. Ya había amarrado. Sus vidas se pusieron en riesgos sin necesidad”, repite Soledad. Los pilotos del otro helicóptero no vieron cómo fue el accidente. Solo perdieron el contacto con “Monte” y avisaron a la base.
Fuente: InfoBae
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